Auténtico precursor de nuestra música popular, se acrecienta con indelebles perfiles el mérito y calidad de su obra con el transcurso de los años; títulos por demás elocuentes son los que siguen: “El entrerriano” y “Don José María”.

Rosendo actuaba generalmente como solista, hallándose sus ingresos condicionados a la generosidad de los concurrentes.

Si la importancia de la reunión lo exigía se agregaban a él un violinista y un flautista, el repertorio a ejecutar lo constituían partituras manuscritas puesto que los tangos de aquella época no se editaban.

Gozaba su familia de sólida posición económica, viéndose huérfano de padre a la edad de tres años junto con su hermano llamado Sergio.

Los recursos materiales permitieron que durante su adolescencia, emprendiese Rosendo estudios de piano en el propio domicilio.

Frecuentemente leímos comentarios acerca de su estampa física: un moreno gallardo, cierta altivez en los rasgos. 

La prodigalidad con que echó mano en su bolsa finalizó con ésta exhausta. Por fortuna, sus conocimientos musicales le permitieron dictar clases de piano en hogares pudientes. De tal modo ganó su vida durante un tiempo.

El 19 de abril de 1916, en Montevideo, Roberto Firpo estrenó lo que se convertiría en el tango de todos los tangos, “La Cumparsita”, de Gerardo Hernán Matos Rodríguez, que en ese momento era una canción de dos partes.

Firpo, al estilo de la “Guardia Vieja”, compuso la tercera.

Algún tiempo después lamentaría no haberlo firmado conjuntamente: ¡Los derechos de “La Cumparsita” reportaron millones!

Con respecto a este tango fundamental, Firpo recordó: “En 1916 estaba en la Confitería La Giralda en Montevideo, cuando un día llegó un hombre acompañado de unos quince muchachos, todos estudiantes, para decirme que tenían una humilde marcha de carnaval, y quería que la mirara y la arreglara porque pensaban que ahí había un tango.

Lo querían para esa noche, porque lo necesitaban para un muchacho llamado Matos Rodríguez. En la partitura, en dos por cuatro, había un poco de la primera parte y en la segunda parte no había nada.

Me senté al piano y recordé dos tangos míos compuestos en 1906 que no habían tenido éxito: “La Gaucha Manuela” y “Curda Completa”, y puse un poco de cada uno.

Por la noche lo toqué con Bachicha Deambroggio y Tito Roccatagliatta.

Fue una apoteosis, y todos celebraron a Matos Rodríguez esa noche”.

Muchas razones son coincidentes para considerar a Horacio Sanguinetti como una de las plumas que ayudaron a prestigiar la literatura del tango, especialmente en el tramo, justificadamente famoso, que ha quedado clavado en la historia del género como La Década del Cuarenta.

A esa calificada e inolvidable hornada de músicos, compositores, autores e intérpretes, perteneció Horacio Sanguinetti.

Por sensibilidad, por temperamento y por militancia generacional, trascendiendo cómodamente en ella a través de una fecunda producción —rica y notoria—, que si bien tiene algunos altibajos, está considerada y consagrada en su mayoría, por títulos que se han impuesto holgadamente al olvido.