El payador clásico fue el rural, el que recorría los pueblos del interior y las pulperías, para dirimir habilidades con los colegas destacados del lugar y lo hacía por gusto, teniendo por recompensa: casa y comida.
En cambio con Betinotti —y algún otro de su tiempo— ya se puede hablar del payador urbano.
Aquel que preferentemente no sale de su ciudad, que convive con los arrabales y, que de vez en cuando acepta ir al interior, pero no en forma errante, sino con un recorrido prefijado, con algún dinero pactado, o con permiso para organizar rifas en su beneficio o vender sus fotografías.