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¿Por qué elegimos bailar Tango con algunas personas y no con otras?

¿Por qué elegimos bailar con algunas personas y no con otras?

Bailando tango argentino con Marcelo Solis y Mimi.

Lo primero que tendríamos que aclarar es que posiblemente nada es en el baile absolutamente consciente y voluntario, y que el azar juega siempre el papel principal, y hasta me atrevería a generalizar esta introducción a todos los procesos de la vida, y a todo lo existente; pero me voy a conformar y mantenerme en un lugar bastante humilde (lo cual, viniendo de parte de un argentino, pueda despertar cierta incredulidad) hablando solamente del baile, restringiéndome a un caso particular de la vida humana –aunque quisiera que sepan que opino que el baile (en este caso el baile del Tango, al que considero la especie de baile que es más baile que ningún otro baile, es la vida humana por antonomasia.
 
Cuando crecemos y nos volvemos sabios –si no es que tuvimos la rara fortuna de haber nacido sabios–, nuestra sabiduría más útil en lo práctico resulta ser que no deberíamos dedicar nuestras energías a tratar de controlar aquello que está más allá de nuestras posibilidades.
No podemos controlar mucho más que a nosotros mismos, y lo poco que además de nosotros podríamos controlar, lo logramos de todos modos a través de un gran control de nuestras acciones y actitudes.
A medida que aprendemos a aplicar este principio general en los casos particulares que el devenir nos entrega, los bailarines de Tango, es decir nosotros los milongueros, nos encontramos frente a un problema nada pequeño: bailar Tango implica una dependencia muy fuerte de otras personas, las cuales, lo aprendemos continuamente, no podemos controlar.
 
Desde que lo único a lo cual podemos acceder a cierto control es nosotros mismos, aprendemos a ser cada vez más cuidadosos, más meticulosos en la elección de las personas a las cuales otorgamos el privilegio de volvernos dependientes de ellas, de entregarnos, por así decirlo.
 
Entonces podríamos aquí hablar de establecer un contrato con esas personas, un pacto que tiene la belleza de no ser manifiesto, no escrito, no hablado, y que puede ser terminado y renovado libremente por cualquiera de las partes, una relación de privilegio y libertad que bien podríamos llamar amistad; la cual no podría ser definida objetivamente, con por ejemplo una lista de principios y requerimientos. Este contrato, esta amistad, va a ser constantemente definida y re-definida por las subjetividades involucradas.
 
Me estoy refiriendo no solo a las personas con quienes bailamos; también además a las personas con las cuales nos gusta charlar, reir, compartir o sentarnos cerca; porque en la milonga, lo que es nuestro objetivo manifiesto, intuitivo o involuntario, es inspirarnos, lo cual a veces se explica en palabras como “ser felices”, y al mismo tiempo inspirar y provocar felicidad en nuestros compañeros.
 
En ocaciones hemos bailado con alguien con quien hemos sentido tal conexión, tal apertura a manifestarnos, tal propiciamiento para revelarnos en el baile nuestras capacidades máximas, que todo lo que no era bailar desapareció, y el mundo y las otras parejas en la pista de baile estaban ahí de una manera muy imperceptible; todo encontró su sentido y hasta los errores se volvieron necesarios a ese baile, tanto que, ahora lo sabemos, no fueron errores sino caprichosas creaciones coreográficas, hijas del azar y de nuestra fuerza, inteligencia y preparación para integrar todo lo que sucede en el hilo de nuestra coreografía, de nuestra improvisación, como perlas y piedras preciosas, y flores y criaturas exóticas y desconocidas, que la naturaleza hace aparecer allí, para nosotros, para nuestro disfrute.

¿Volverá a suceder? ¿Y con la misma persona?

No hay garantías para esto. Ni las personas, ni ningún código lo establecen. Solamente la libertad inherente a la amistad que podría surgir de una experiencia en común, jubilosa y satisfactoria.
 
Sin embargo, aunque deseemos que ese momento, esa experiencia y ese estado regresen, sabemos ya de sobra, si somos realistas, que nada vuelve a suceder de igual manera. Entonces, lo que el bailarín se propone es una nueva meta cada vez, es decir, desear y obrar de acuerdo con ese deseo, que la próxima vez el baile, nuestro baile, sea mejor.
 
Y aquí nos encontramos ese paradójico problema: ¿querrá la otra persona, las otras personas, eso mismo, algo llamado bailar mejor, y que significaría por lo menos aproximadamente lo mismo, o sería complementario a lo que yo denomino con esas mismas palabras?
 
Este es un problema profundo, y aparece aquí porque bailar Tango no es para nada algo superficial, lo cual requiere que tengamos el coraje y la predisposición para afrontarlo, para dedicarle tiempo, para aprender, para estudiar, para observar, investigar, cuestionar, practicar, crear, hacer, recrear y volver a hacer incontables veces, sin preocuparnos por cantidades, porque no podríamos bailar Tango sin ser generosos, comenzando con ser generosos con nosotros mismos, con nuestros cuerpos vivientes, con nuestra alegría de estar vivos.

El Tango te espera. Vení a nuestras clases.

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“Romántico bulincito” por Rodolfo Biagi y su Orquesta Típica, canta Jorge Ortiz; 1941.

“Romántico bulincito” por Rodolfo Biagi y su Orquesta Típica, canta Jorge Ortiz; 1941.

Augusto Gentile compositor de tangos, retrato.

Augusto Gentile

Pianista y compositor (11 septiembre 1891 – 18 marzo 1932)

Su obra como compositor de tangos se inicia hacia 1913. Como ejecutante su nombre trasciende recién en 1918, cuando grabó algunos tangos en solo de piano para el sello Telephone, del cual era director artístico. Años más tarde, desempeña el mismo cargo en la empresa de los discos Electra.

Pero es como compositor que sus valores han perdurado. Compuso “Romántico bulincito”, la primera letra de Enrique Dizeo.

Continuar leyendo sobre Augusto Gentile en www.todotango.com

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Cómo bailar Tango ejercicio 1: cambio de peso y caminar

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Cambiar el peso de un pie al otro, asegurando alinear el eje del cuerpo, es decir, la línea vertical que organiza tu cuerpo para que tengas un buen equilibrio en ese pie.
 
Caminar tratando de poner el pie sobre el piso gradualmente mientras movemos nuestro eje entre ambos pies, hasta dejar que el eje quede completamente alineado en un pie, y así comenzar nuevamente el mismo proceso.
 
Mi intención es estar seguro de dónde pongo el pie antes de poner todo el peso de mi cuerpo sobre ese pie, moviéndome con cuidado y, al mismo tiempo, lo suficientemente libre para aceptar riesgos y lo suficientemente seguro para elegir ciertas situaciones de riesgo para poder jugar con mis movimientos, haciendo mi baile de esta manera ameno e interesante, como una charla alegre, profunda e ingeniosa con mi pareja de baile.
 
Podemos añadir un “punteo” entre paso y paso de forma que tengamos que desarrollar nuestra sensibilidad en relación a la alineación de nuestro eje sobre cada pie alternativamente.
 
También podemos hacer un “punteo” entre cada cambio de peso.
Caminar más despacio nos ayuda a controlar mejor el cambio gradual de nuestro peso de un pie al otro.

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Para bailar, vivir para bailar.

Para bailar, vivir para bailar.

Marcelo Solis y Mimi bailan Tango

Para bailar de verdad quizá lo que se necesite es vivir como un bailarín.

No quiero decir que para bailar se requiera dedicarse a bailar como profesión. Lo que quiero decir aquí es algo que voy a explicar a continuación con una comparación.
 
Si a mí me gustara, por ejemplo, andar en bicicleta, lo que necesitaría sería una bicicleta. Esta bicicleta sería construida en una fábrica de bicicletas. Estaría ya lista, con sus llantas infladas y su cadena perfectamente aceitada al momento de montarme en ella y empezar a pedalear.
 
El cuerpo y el alma del bailarín es como esa bicicleta. Así como sería realmente engorroso tener que fabricar una bicicleta al momento para poder montarla y pedalear, yo no podría bailar con un cuerpo que no haya sido condicionado, entrenado, preparado, es decir “fabricado” previamente para bailar. Ese proceso de “fabricación” del cuerpo y alma que baila sucede cotidianamente.
 
Como yo no podría bailar con un cuerpo que no es el de un bailarín, y ese cuerpo es el único que tengo a mi disposición desde que me levanto a la mañana, yo ya tengo en cuenta a esa hora que mi cuerpo y todo mi ser tienen que estar listos para bailar a la hora de pisar la pista de baile de la milonga.
 
Claro que cualquiera puede bailar, en cualquier momento, sin mucha preparación, porque, a mi entender, ser un ser humano es ya ser un ser que baila.
 
Pero creo que estaremos de acuerdo que bailar Tango requiere más, mucha más en sutilezas, destrezas, percepción, y consciencia que ese mínimo que es el que nos hace bailarines ya por ser humanos.

Bailar un baile como el Tango es, yo lo siento así, como filosofar acerca de lo que es importante en la vida, en cuestiones tales como el valor de la vida en sí misma, es decir: si vale la pena vivir o no, y por qué, es decir: si hay o no razones para esa respuesta; si el lenguaje nos sirve para algo aquí, si quizá no es una respuesta más apropiada callarse y bailar.
 
Ahora bien, ese callarse no es una resignación, por así decirlo, sino una celebración, ya que descubrimos que la ausencia del lenguaje común, el que hablamos todos los días, no representa ningún problema, sino que inclusive nos ayuda, en el problema más profundo de la soledad íntima del individuo.
 
El Tango, como música, como baile, como cultura y filosofía de vida, y como algo distinto de todo eso, que lo incluye, pero que genera algo mayor y diferente, un modo de existir, de vivir la vida, es algo que nos emociona, nos hace enamorarnos, nos da sentido, nos lleva a una plenitud en la siempre soñábamos vivir, eso que de chicos intuimos que era la vida. No habría que creerse que con un estudio exhaustivo y metódico de sus aspectos técnicos, con un entrenamiento y una puesta en práctica de principios objetivos, obtendremos el Tango. Apenas, con eso, que es por supuesto imprescindible, prepararíamos un suelo que quizá sea fértil para lograr bailar.

¿Qué queremos los bailarines?

Quizá dejar de ser bebés en relación a nuestros cuerpos.
 
La felicidad podría no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para una vida que encontraría su significado.
 
La felicidad sería organizarse.
 
¿Por qué el bebé deja de ser bebé?
 
Posiblemente porque siente presión del medio y tiene que reaccionar y cambiar, modificarse y desarrollar respuestas y adaptaciones a esas presiones. Lucha, se opone, se somete, se adapta o se impone.
 
El marketing parecería proponerse como una filosofía de vida según la cual hay que consumir en el presente y urgentemente todo lo que deseamos ahora, lo que hemos deseado alguna vez, y  lo que quizá deseemos en el futuro –porque quizá ya no se halle disponible en ese futuro. Pareciera que no hay alternativas que se hagan oír con claridad y las que hay son tímidas y endebles, o tercas, ciegas y sordas, que desperdician energía vital en explosiones violentas, indignas e ineficaces, o con palabrerío sin valor, pero calmante o justificativo. Esa filosofía, llamada marketing, entonces, se presenta como si fuera la única posible. Entonces, vivir parece volverse vivir dentro del mercado, es decir, algo así como vender tu vida para consumir cosas. Hasta las experiencias parecen haberse cosificado.
 
Por ejemplo: el viajar –la “experiencia” del viaje–, se ha cosificado. Oí de alguien muy sabio decir (no recuerdo quién ahora): “el único viaje posible es el viaje que hacemos hacia nuestro interior”.
 
Entonces, quizá haríamos bien en entrenar y conocer nuestro cuerpo, y en medir el valor de las consecuencias espirituales de ese entrenamiento y conocimiento; podríamos llevar esa sabiduría al terreno de nuestra relaciones sociales e íntimas, es decir, reconocernos en los otros, conocernos más en el “darnos a conocer”. Eso nos volvería bailarines.
 
Por eso creo que el marketing (como lo entienden los profesionales del marketing) no puede ayudarnos a encontrar nuevos estudiantes, o más bailarines para que vengan a las milongas para los organizadores de milongas, o para promover el Tango en general.

En la manera en como yo siento el Tango, es para mí Amistad. ¿Cómo podría comercializarse la amistad? Y dado que no encaja en el mercado, ¿deberíamos concluir que no tiene valor?

Nuestros alumnos y los maestros de nuestra escuela somos buenos amigos porque todos tenemos un amigo en común, un amigo al que queremos mucho, un amigo que se llama Tango ❤️

El Tango te espera. Vení a nuestras clases.

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Para bailar bien el Tango

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Marcelo Solís bailando tango argentino con Mimi

Para bailar bien, es decir: para BAILAR, tendremos que organizar nuestra vida en esa dirección; no voy a lograr bailar bien si mi vida se desarrolla lejos de ese objetivo.
En efecto, si lo que anhelo es, por ejemplo, hacer dinero, mi vida entonces se va a orientar en esa dirección, en la dirección de abstracciones (el dinero es una abstracción), muy lejos de mi cuerpo real. 

Póngase cualquier proyecto en esta balanza y considérese a qué distancia se encontrará el objetivo principal de ese proyecto de la realización de un buen baile.

Nadie está obligado a bailar bien. Las verdades, los proyectos de vida, los deseos no pueden ser los mismos para todos.
 
Yo me inclino a pensar de esta manera: cuando llegue al final de mi vida, qué quisiera ver en la estela dejada por esa vida.
 
Imaginemos todas las vidas posibles que podríamos llevar a cabo. Tratemos de pensar y sentirlas, pesarlas, olerlas, mirarles sus colores, medir el alcance de sus rascacielos luminosos de triunfos y sus abismos negros de malos sabores.

Quizás todos vivamos en mundos diferentes, con las cosas y las personas con las que nos rodeamos. Una vida podría así desarrollarse en la dirección de una elección del mundo propio en el cual habitar.
 
Considero que, quizá, una buena manera de vivir se desarrollaría en la dirección de volverse cada vez más capaz de dirigir y seleccionar lo que se incorpora al proceso de nuestra existencia.
 
En particular, en lo que a mí respecta, prefiero lo que hace mi fisiología poderosa, mi cuerpo más versátil, adaptable y feliz, mi mente lúcida, mi espíritu liviano y bailarín.
 
Esta es la pregunta fundacional que se responde con la vida misma: ¿Cómo vivir?
¡Eso sería bailar!
Ahora bien, ¿debería yo preguntarme “para qué” y/o “para quién”?
 
Podríamos también tal vez respondernos: “hay cosas inmediatas, urgentes que resolver, vivimos en un momento preciso de la historia la cual nos condiciona, es decir, nos esclaviza y obliga a hacer cosas que no haríamos de otro modo. Pospongamos, entonces, nuestro plan, nuestra vida, hasta que hayamos resuelto el presente y respondido a todas las obligaciones implícitas en sus llamadas”.
 
La verdad, mi verdad en particular, en relación a esto, es que eternamente vamos a estar obligados con el presente. Ya nacimos así: OBLIGADOS.
 
Mi opinión en esto es la siguiente: es una cuestión de perspectiva; depende mucho de desde dónde miramos la vida, dónde nos colocamos –física y espiritualmente– para mirarla.
 
Escuchemos el tango “Me quedé mirándola”, por Anibal Troilo con Alberto Marino en voz. (Te pregunto… ¿Hay otra versión de este tema que podamos bailar?)
 
A veces la gente se va del baile, es decir, abandona el proyecto de bailar, porque chocan contra una barrera la cual no se animan a cruzar. Aunque siempre se dan a sí mismos otras excusas.
 
Yo mismo he abandonado muchas de mis vidas anteriores para alivianarme lo suficiente para poder continuar bailando.
 
¡Y no crean que no van a encontrar dudas; dudas sobre sí mismos y sobre el valor del baile!
 
Hay muchos mundos posibles, muchas realidades paralelas a las que no se pueden acceder de ninguna manera “objetiva”, como podrían ser los logros de la ciencia y la tecnología.
 
¿No pensás que habría que atreverse?
 
Pero esto es una cuestión de gustos.
 
Cuando yo veo a alguien que baila, que BAILA, veo a alguien libre. Ya su cuerpo no es ergastulum, como decía la iglesia católica en la edad media, significando “prisión del espíritu”, un espíritu que tiene que esperar hasta la muerte para ser liberado.

Cuando veo a alguien BAILANDO, veo su espíritu ya libre en la vida, ya no esperando, posponiendo, procrastinando vivir para encontrarse quizás un día con esa pregunta fundamental no solo no respondida, pero aún nunca hecha.

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