Para bailar, vivir para bailar.
Para bailar, vivir para bailar.
Para bailar de verdad quizá lo que se necesite es vivir como un bailarín.
No quiero decir que para bailar se requiera dedicarse a bailar como profesión. Lo que quiero decir aquí es algo que voy a explicar a continuación con una comparación.
Si a mí me gustara, por ejemplo, andar en bicicleta, lo que necesitaría sería una bicicleta. Esta bicicleta sería construida en una fábrica de bicicletas. Estaría ya lista, con sus llantas infladas y su cadena perfectamente aceitada al momento de montarme en ella y empezar a pedalear.
El cuerpo y el alma del bailarín es como esa bicicleta. Así como sería realmente engorroso tener que fabricar una bicicleta al momento para poder montarla y pedalear, yo no podría bailar con un cuerpo que no haya sido condicionado, entrenado, preparado, es decir “fabricado” previamente para bailar. Ese proceso de “fabricación” del cuerpo y alma que baila sucede cotidianamente.
Como yo no podría bailar con un cuerpo que no es el de un bailarín, y ese cuerpo es el único que tengo a mi disposición desde que me levanto a la mañana, yo ya tengo en cuenta a esa hora que mi cuerpo y todo mi ser tienen que estar listos para bailar a la hora de pisar la pista de baile de la milonga.
Claro que cualquiera puede bailar, en cualquier momento, sin mucha preparación, porque, a mi entender, ser un ser humano es ya ser un ser que baila.
Pero creo que estaremos de acuerdo que bailar Tango requiere más, mucha más en sutilezas, destrezas, percepción, y consciencia que ese mínimo que es el que nos hace bailarines ya por ser humanos.
Bailar un baile como el Tango es, yo lo siento así, como filosofar acerca de lo que es importante en la vida, en cuestiones tales como el valor de la vida en sí misma, es decir: si vale la pena vivir o no, y por qué, es decir: si hay o no razones para esa respuesta; si el lenguaje nos sirve para algo aquí, si quizá no es una respuesta más apropiada callarse y bailar.
Ahora bien, ese callarse no es una resignación, por así decirlo, sino una celebración, ya que descubrimos que la ausencia del lenguaje común, el que hablamos todos los días, no representa ningún problema, sino que inclusive nos ayuda, en el problema más profundo de la soledad íntima del individuo.
El Tango, como música, como baile, como cultura y filosofía de vida, y como algo distinto de todo eso, que lo incluye, pero que genera algo mayor y diferente, un modo de existir, de vivir la vida, es algo que nos emociona, nos hace enamorarnos, nos da sentido, nos lleva a una plenitud en la siempre soñábamos vivir, eso que de chicos intuimos que era la vida. No habría que creerse que con un estudio exhaustivo y metódico de sus aspectos técnicos, con un entrenamiento y una puesta en práctica de principios objetivos, obtendremos el Tango. Apenas, con eso, que es por supuesto imprescindible, prepararíamos un suelo que quizá sea fértil para lograr bailar.
¿Qué queremos los bailarines?
Quizá dejar de ser bebés en relación a nuestros cuerpos.
La felicidad podría no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para una vida que encontraría su significado.
La felicidad sería organizarse.
¿Por qué el bebé deja de ser bebé?
Posiblemente porque siente presión del medio y tiene que reaccionar y cambiar, modificarse y desarrollar respuestas y adaptaciones a esas presiones. Lucha, se opone, se somete, se adapta o se impone.
El marketing parecería proponerse como una filosofía de vida según la cual hay que consumir en el presente y urgentemente todo lo que deseamos ahora, lo que hemos deseado alguna vez, y lo que quizá deseemos en el futuro –porque quizá ya no se halle disponible en ese futuro. Pareciera que no hay alternativas que se hagan oír con claridad y las que hay son tímidas y endebles, o tercas, ciegas y sordas, que desperdician energía vital en explosiones violentas, indignas e ineficaces, o con palabrerío sin valor, pero calmante o justificativo. Esa filosofía, llamada marketing, entonces, se presenta como si fuera la única posible. Entonces, vivir parece volverse vivir dentro del mercado, es decir, algo así como vender tu vida para consumir cosas. Hasta las experiencias parecen haberse cosificado.
Por ejemplo: el viajar –la “experiencia” del viaje–, se ha cosificado. Oí de alguien muy sabio decir (no recuerdo quién ahora): “el único viaje posible es el viaje que hacemos hacia nuestro interior”.
Entonces, quizá haríamos bien en entrenar y conocer nuestro cuerpo, y en medir el valor de las consecuencias espirituales de ese entrenamiento y conocimiento; podríamos llevar esa sabiduría al terreno de nuestra relaciones sociales e íntimas, es decir, reconocernos en los otros, conocernos más en el “darnos a conocer”. Eso nos volvería bailarines.
Por eso creo que el marketing (como lo entienden los profesionales del marketing) no puede ayudarnos a encontrar nuevos estudiantes, o más bailarines para que vengan a las milongas para los organizadores de milongas, o para promover el Tango en general.
En la manera en como yo siento el Tango, es para mí Amistad. ¿Cómo podría comercializarse la amistad? Y dado que no encaja en el mercado, ¿deberíamos concluir que no tiene valor?
Nuestros alumnos y los maestros de nuestra escuela somos buenos amigos porque todos tenemos un amigo en común, un amigo al que queremos mucho, un amigo que se llama Tango ❤️
El Tango te espera. Vení a nuestras clases.
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