Fue un músico de buenas aptitudes y marcada significación en la hornada de instrumentistas que cubrieron la historia del tango en las primeras décadas de este siglo.
Y le correspondió el mérito, y el honor, de haber contribuido a cimentar los firmes peldaños de esa escalera por la que el tango subió.
Entre todas sus obras compuestas, sin contar “Mi noche triste”, hay una que tuvo méritos y divulgación: se trata de “El arroyito”.