Fue, en la literatura del Tango, el autor de más dilatada trayectoria, pues estuvo produciendo hasta bien entrados sus altos años. No con la asiduidad de los viejos tiempos y tampoco sin lograr repetir la popularidad de sus pasados éxitos.
Pero eso ya no importaba. Su nombre estaba definitivamente inventariado en la historia del Tango, a través de una nutrida obra letrística, de la cual buena parte se ha salvado del olvido.
Sus versos, sencillos y directos, tuvieron el ingrediente de una expresión colorida, vibrante de calle y barriada.
Y a esas vibraciones ciudadanas —en su primera etapa, especialmente— las aderezó con el chamuyo y el saber de quien no es solamente testigo, sino también protagonista de la cosa.