Historia Del Tango – Parte 12: La Evolución del Baile del Tango desde los Arrabales de Buenos Aires hasta los Escenarios Internacionales
Historia Del Tango – Parte 12: La Evolución del Baile del Tango desde los Arrabales de Buenos Aires hasta los Escenarios Internacionales
Investigamos la historia porque buscamos comprendernos mejor a nosotros mismos.
Un individuo excepcional deja fragmentos de huellas, piezas de espejos que nos reflejan e indican aspectos generales de ese tipo particular de individualidades.
En este caso, la categoría “bailarín de tango milonguero” es una clasificación que nos permite construir nuestra identidad.
Cuando la fortuna nos facilita vislumbrar cómo fue ser uno de ellos en el pasado, eso nos permite vernos no solo desde una perspectiva histórica, es decir, como individualidades y clases que se desarrollan en la historia, sino también, al brindarnos información que nos ayuda a conocernos mejor, nos ofrece ejemplos de valoraciones que aumentan nuestra capacidad de elección, es decir, nos hacen más libres.
El Cachafaz
A los 10 años, Ovidio José Bianquet vivía en el barrio porteño de San Cristobal. Había nacido el 14 febrero 1885. Su padre, Antonio Bianquet, que había italianizado su apellido para que sonara más familiar en un contexto donde el 80 por ciento de los apellidos era italiano, convirtiéndolo en Bianchetti.
Alquilaba una casa sobre la calle Rioja, no lejos de donde hoy se encuentra el salón de bailes Gricel.
Su madre, Petrona Celestina Cabral, recibió por esos días la visita de una vecina acompañada de un policía, explicando que el niño había roto una de sus ventanas de un piedrazo. La madre, incrédula, afirmaba que eso era imposible, que su hijo era “buenito”, pero el policía entendió que el nombre del niño era “Benito”. Pronto apareció el padre, quién le dio la razón a la vecina, diciendo que su hijo era un “cachafaz”. Lo que dio origen a la manera en que nuestro personaje pasó a la historia: Benito Bianquet, El Cachafaz.
Por ese tiempo, el niño, que había tenido viruela, lo que le dejó marcas en su cara, iba a la escuela, trabajaba de lustrabotas, y pasaba el resto del día en la calle, donde veía de vez en cuando a los hombres bailar tango en las veredas con la música de los organitos callejeros.
Los miraba con mucha atención, y cuando tenía la oportunidad de quedarse solo en su casa, ya que su padre trabajaba en una fábrica de cigarrillos y su madre salía a hacer los mandados, se ponía frente al espejo y reproducía lo que había observado en la calle, recreaba y mejoraba según su criterio los pasos aprendidos.
Un día, mientras observaba a esos hombres bailar tango, se puso al lado de ellos y comenzó a bailar también. Los hombres se detuvieron y uno le pidió que bailara con él. Todos quedaron asombrados de la habilidad de este niño de 11 años, que desde ese día fue reconocido en todo el barrio por su baile.
A los 18 años decide irse de su casa paterna y mudarse a la localidad de Pergamino, donde el gobierno daba incentivos a los jóvenes que quisieran poblar y trabajar allí.
Vivió un tiempo en Pergamino, dónde trabajó en el campo y hizo muchas amistades, pero extrañaba su casa, su madre, y al tango.
Así que pronto regresó a Buenos Aires y se reconectó con su pasión, dándose cuenta de que debía salir de su barrio natal e ir a bailar a los “lugares prohibidos” donde su arte sería mejor apreciado.
El tango del Cachafaz provenía de sus amistades de la calle, mucho mayores que él. Los muchachos de su edad lo llamaban “maestro” y le pedían que les enseñara, a lo que él respondía “Yo no enseño. Si quieren aprender, mirénme y copien.”
Por esa época también comenzó a relacionarse con personajes esenciales de la historia del tango, como Francisco Canaro, con quien fue muy amigo, Carlos Gardel, Discépolo padre, Ernesto Ponzio, autor del tango “Don Juan”, Rosendo Mendizábal, autor de “El entrerriano”, y muchos más.
El tango estaba transformándose. Nacido en los barrios marginales, buscaba ahora la aceptación de las clases más adineradas.
Esto comenzaba a suceder en los primeros “cafés de camareras” que proliferaban en el barrio de La Boca, donde la concurrencia podía tomar café y bebidas alcohólicas, escuchar a los pioneros de la música del tango que estaban realizando la transición entre el tango primitivo de la Guardia Vieja y el tango más elaborado de la Guardia Nueva, como Francisco Canaro, Vicente Greco, Genaro Espósito, Roberto Firpo, Arturo Bernstein, e inclusive bailar con las camareras. Era 1903, y El Cachafaz frecuentaba esos sitios, pero no para bailar, sino para mirar.
En aquellos lugares también se estaba reelaborando el baile del tango, recreándose día a día. Los bailarines se miraban entre sí y producían sus innovaciones coreográficas, herederas de las técnicas del pasado, e inspiradas por la nueva música.
Pedrín: El Pionero del Tango y su Influencia en El Cachafaz
El bailarín más importante de aquella época fue Pedrín. Sobre él, todo son suposiciones, excepto que fue uno de los bailarines pioneros del tango. Se especula que sus padres eran españoles que llegaron al Río de la Plata entre mediados y finales del siglo XIX, junto a muchos otros inmigrantes europeos. La familia podría haberse instalado en un conventillo cerca de la antigua plaza del Comercio, hoy plaza Dorrego. Allí, Pedrín heredó el amor por el baile y, antes de los quince años, se inició en el tango.
Pedrín era creativo y elegante, con pies livianos y veloces. Sus amigos decían que, sobre todo, sabía cómo no se tenía que bailar el tango. Se destacó entre los bailarines de los suburbios, frecuentando esquinas y lugares de baile, y desarrollando un estilo propio con figuras distintivas. Para 1899, era considerado el bailarín más destacado de su generación. Algunos lo llamaban Pedrín de San Telmo y otros, Pedrín el Tuerto. Bailaba con la Flaca Rosa, pero su mayor contribución fue la influencia que tuvo en el estilo del Cachafaz.
El Estilo Único y Transformador de El Cachafaz en el Tango
El Cachafaz se destacó en el baile improvisado, creando su propio estilo que modificó continuamente a lo largo de sus más de 40 años de carrera.
Se distinguía de otros bailarines de calle por su elegancia, seguridad y precisión en la postura, cualidades que alrededor de 1910 parecían más francesas que argentinas.
Aunque su técnica no siempre era refinada, debido a sus orígenes en los prostíbulos frecuentados por hombres rústicos y borrachos, su baile era único. Sus figuras no seguían una estructura lógica y parecían inacabadas.
Realizaba las “corridas” con un vaivén exagerado, aunque más suave en comparación con el baile callejero. La velocidad y longitud de sus pasos variaban sin razón aparente.
En una época en la que los bailarines a menudo se alejaban de la música y tardaban en recuperar el ritmo, algo poco atractivo, a El Cachafaz le preocupaba mucho la relación entre los pasos y la música, y tenía una extraordinaria sensibilidad musical.
Su habilidad para mover los pies con gran velocidad y precisión le permitía interpretar una frase musical como si sus pies fueran los que tocaran los instrumentos. Dividía la melodía y el ritmo nota por nota, sincronizando los movimientos de sus pies con ellas.
Cuando el bandoneón se convirtió en el instrumento principal del tango, concibió la idea de que su movimiento debía representar la respiración del instrumento. La riqueza del bandoneón favoreció su estilo de baile, suavizando sus asperezas y haciendo que sus gestos fueran más expresivos y poéticos.
Verlo bailar era un espectáculo desde el momento en que entraba al salón.
Su postura, fríos ojos azules, piel oliva, cabello negro peinado con gomina y las marcas de viruela en su rostro le conferían un gesto severo, que podía infundir temor cuando se concentraba intensamente.
No hacía coreografías. Tenía secuencias estudiadas que se encadenaban de acuerdo a su inspiración, inspiración que a menudo lo llevaba a inventar espontáneamente figuras que no volvería a repetir.
Bailaba siempre muy recto, lo que le daba un aire imponente. Nunca estaba completamente pegado a su bailarina y con frecuencia no la llevaba en posición frontal, haciendo que sus movimientos fueran más visibles.
Sus bailarinas decían que no lograban darse cuenta de lo que hacían, y no se sentían nunca forzadas, percibiendo el impulso de delicadas órdenes, haciéndoles realizar las figuras más complejas con la seguridad de que el Cachafaz les daría tiempo para completarlas.
Su estilo se transformaba continuamente, lo que se podía notar de semana en semana. Bailaba muy diferente de los otros. En un salón de baile parecía venir de otra época.
Las mujeres temían que las sacara a bailar, y al mismo tiempo lo deseaban, porque hacía muchas cosas que desconocían, pero también sabían que guiadas por él no habría dificultades insuperables.
Los Primeros Triunfos de El Cachafaz y su Ascenso a la Fama Internacional
La primera competencia en la que participó El Cachafaz fue en Rosario, en 1906, en la casa de Madame Safó. Había ido a visitar a un primo que hacía buen dinero con un par de tiendas en el centro de la ciudad.
Éste lo llevó a lo de Madame Safó, que era el burdel más caro del país, aunque la pista de baile era gratuita. Allí estaba contratado el maestro bailarín Gaeta, que entrenaba a las pupilas, mayoritariamente de origen polaco.
Cuando llegaron al salón, lo vieron bailar a Gaeta con su compañera. El Cachafaz sacó a bailar a la primera chica que le sonrió, que resultó seguirlo muy bien, y se puso a bailar muy cerca de Gaeta, desafiándolo con sus cortes y quebradas.
Gaeta no se quedaba atrás y pronto Madame Safó decidió organizar una competencia. Se bailaría un tango, un vals, y una milonga.
El Cachafaz ganó la primera ronda, pero Gaeta se lució más en el vals. La milonga fue para el Cachafaz, y así el triunfo.
En 1907 derrota en duelo de bailarines al que se consideraba el mejor bailarín de tangos de Buenos Aires, el Pardo Satillán, que bailaba con su compañera, la Parda Esther, ambos de origen uruguayo, en el salón Hansen, en el barrio de Palermo, bailando con una señorita desconocida, habitué del lugar, que después de bailar con el Cachafaz le confesó que hasta el momento creía ser una principiante, pero que con él había hecho pasos que no sabía que fuera capaz de hacer. Ella había bailado con una sonrisa extática durante toda la tensa competencia.
El Cachafaz era famoso por su costumbre de presentarse sin compañera a cualquier milonga y establecer su preeminencia con alguna bailarina habitué con la cual no había bailado nunca. Esto señala no solo las cualidades de El Cachafaz en su manera de llevar, sino además que el nivel medio de baile de la época era muy alto.
En 1911 gana otro concurso, y como premio recibe un contrato para trabajar y dar clases en Nueva York, y así El Cachafaz se convierte en el primer bailarín de tango profesional oficialmente reconocido.
En 1913 regresa a Buenos Aires y el dueño de el Teatro Olimpo, que había comenzado a organizar allí un baile, le propone asociarse y abrir una escuela de tango en el piso de arriba, con tal éxito que el Tango termina desplazando al teatro y cambia el nombre a Salón Olimpo. Al cabo de dos años la concurrencia había crecido de tal modo, que será necesario abrir una segunda pista de baile en el salón donde El Cachafaz daba sus clases. Es así que el dueño comienza una experiencia similar en otro salón en el centro de Buenos Aires. A El Cachafaz no le gustaba dar clases grupales, y entonces aprovecha el cambio para ofrecer lecciones privadas solamente.
Rechazo y Aceptación del Tango: De la Crítica Moralista a la Aclamación Internacional
Mientras tanto, en Estados Unidos y Europa, una reacción moralista se ensaña con el tango. Esto lleva al Papa Pio X a tener que pronunciarse al respecto, aceptándolo.
El Barón Antonio de Marchi llega en Buenos Aires a principios de 1900s y tiende puentes entre las clases sociales de la aristocracia argentina y los orilleros, a través del tango.
Para él “El tango tenía que convertirse en el elemento de unión y solidaridad de la ciudad”.
Nació en Pallanza, Italia, el 25 de agosto de 1875 y moriría en Buenos Aires, el 20 de febrero de 1934.
Se casó con María Roca, hija del general Julio Argentino Roca, quien fue presidente de la República Argentina en dos períodos (1880-1886 y 1898-1904).
Su perfil era principalmente el de un deportista y pionero. Fundó la Sociedad Sportiva, creó el Cercle de l’Éppé para promover la esgrima, fomentó el automovilismo, organizó los Boy Scouts de Buenos Aires y formó los batallones escolares que desfilaron en las fiestas del Centenario (1910). También impulsó el hipismo, cultivó la amistad con Jorge Newbery y facilitó al Aero Club el campo de la Sportiva (actual zona del Planetario de la ciudad), desde donde el 25 de diciembre de 1907 partió el globo Pampero, tripulado por Newbery y Aaron de Anchorena.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, regresó a su país y se unió a las tropas combatientes, volviendo a Argentina después del armisticio.
Ya en Milán había estudiado tango con maestros parisinos. Tenía la intuición de que el tango debía perdurar hacia el futuro, pero para que esto sucediera era necesario terminar con el rechazo de la clase alta.
En 1913 organizó un concurso de música de tango —cuyo jurado estaba formado por damas de la alta sociedad porteña— para promoverlo ante la clase alta de Buenos Aires, y contrató a varias parejas de bailarines.
Solicitó a los participantes que moderaran sus exhibiciones para no escandalizar a la audiencia, pero esto provocó una dura crítica en uno de los periódicos principales de Buenos Aires, que denunció esta falsificación del tango.
Esto preocupó mucho a De Marchi, que además se dio cuenta que la opinión pública estaba de acuerdo con la nota periodística, aunque apreciaba la intención del Barón de ayudar al tango a ser aceptado. Muchos le aconsejaban abandonar la empresa y cancelar las siguientes noches en el teatro. Pero él decidió, por el contrario, seguir adelante. Redujo el precio de la entrada consiguiendo llenar el teatro, y, sin declararlo específicamente, dejó que los bailarines actuaran con libertad.
Todos empezaron a hacer figuras de tango sin censurarse. El público respondió positivamente, hasta bailando en sus butacas y tratando de imitar los pasos que veían.
Uno de los bailarines sobresalió y de ahí en más se lo mencionaba cada vez que el tema tango surgía en la conversación.
Era El Cachafaz. Tenía 28 años.
El Homenaje de Gardel y Razzano a El Cachafaz: Un Espectáculo de Leyendas del Tango
En 1918 Gardel y Razzano, el duo de cantores más famoso de la historia argentina, un año después de que Carlos Gardel estrenara el primer tango canción y comenzara su carrera de cantor de tangos, organizan un espectáculo en homenaje a el mejor bailarín de tangos del mundo, El Cachafaz.
El espectáculo contaba con la orquesta Firpo–Canaro, en la que tocaban los músicos más famosos del momento, la misma orquesta que un año antes había hecho furor en el Teatro Colón de Rosario durante los carnavales. Contaba con la participación de estrellas del tango como Eduardo Arolas, Osvaldo Fresedo, Juan D’Ambrogio “Bachicha”, y Pedro Polito en bandoneones; Julio Doutry, Agesilao Ferrazzano, y Tito Roccatagliata en violines; Juan Carlos Bazán en clarinete, Alejandro Michetti en flauta, José Martinez en piano, y Leopoldo Thompson en contrabajo. Francisco Canaro (violín) y Roberto Firpo (piano) se alternaban en la dirección.
El Furor del Tango en París: 1913
En 1913 el Tango hacía furor en París.
Había un “color tango” (anaranjado), un “corset tango”, y un cóctel: una cucharada de jugo de naranja, 1/2 medida de gin, 1/4 de vermouth dry, 1/4 de vermouth clásico, y 2 chorritos de curaçao.
Todos bailaban tango, excepto la clase trabajadora, y a toda hora: en los tés tangos, de 4 a 7 pm, por 5 francos, incluída la consumición; en los champagne tangos; y luego por la noche, en las boites de los Champs Elysées.
Se bailaba también en el tren París-Deauville, y en el Palais de Glace con patines.
Y también había competencias, en las que dominaba el único parisino que había aprendido a bailar tango en Buenos Aires, Ludovic de Portalu, marqués de Senas, ex húsar, de 77 años, que bailaba con su nieta Adry de Carbuccia, de 20 años, vestida de blanco con un gran moño en la cabeza. Él era “le roi du tango”, pero solo para los franceses, porque para los argentinos que vivían en París el rey del tango era Bernabé Simarra, apodado “El Negro”, o “El Indio”.
Bernabé Simarra: El Rey del Tango
Nación el 18 de septiembre de 1881 en Buenos Aires.
Bailarín del cual resulta muy difícil conseguir datos fehacientes, inicia su carrera cuando en el año 1909 triunfa en el concurso de bailes de carnaval de la ciudad de Buenos Aires.
Luego logra otros primeros premios en los certámenes organizados por los teatros Casino y Politeama.
A partir de entonces su nombre trasciende en ambas orillas del Río de la Plata, y en Montevideo gana el torneo del Royal Theatre.
Su naciente fama tanto como bailarín y como maestro impulsan a su alumna Marie Papillón —renombrada artista francesa de varieté— a contratarlo, en 1911, para acompañarla a París.
Su extraordinaria calidad coreográfica y su pintoresca indumentaria de gaucho le valieron el apelativo de “El Rey del Tango”.
Revalidó sus títulos de triunfador en las competencias de danza ganando los concursos para profesionales de los teatros Femina, en 1912 y Folie Magic en 1913, ambos en París, donde daba clases privadas en la escuela de Camilo Rhynal a políticos, actores y aristócratas.
Su compañera de entonces era la cubana Ideal Gloria, la bailarina de tango de mayor reputación internacional.
La noche del 25 de febrero en el Folie Magic se agotaron las entradas. La presencia del público argentino era imponente. Fue un triunfo rotundo, y al día siguiente los periódicos de París le dedicaron páginas enteras en las que se hablaba de su vida y de lo fascinante de su baile. En el hotel donde se alojaba conoció a los empresarios europeos más importantes, y luego de considerar varias propuestas optó por la de profesor de baile del Hotel Excelsior de Venecia, donde se alojaba lo más importante de la aristocracia europea.
A comienzos de la década del veinte viaja a Barcelona donde instala una academia de baile, orientada a enseñar el tango a la clase alta catalana. Al tiempo, este especialista en ganar concursos de baile obtiene el primer premio del festival para bailarines organizado por el teatro Principal Palace.
En el año 1936 estalla la guerra civil española y Simarra tuvo que abandonar precipitadamente la península ibérica, dejando todos sus bienes. Viaja a Montevideo, donde se ve obligado a pedir limosna y fallece de dolor en la más cruda miseria, en plena calle, en una cama improvisada con hojas de diario.
En 1913, mientras Simarra viajaba a Venecia, llegó a París otra leyenda del baile argentino: “El Vasco” Casimiro Aín.
Casimiro Aín: El Bailarín que Llevó el Tango al Mundo
Casimiro Aín, conocido como “El Lecherito”, “El Vasco”, y “El Vasquito,” nació el 4 de marzo de 1882 en el barrio de La Piedad, Buenos Aires, en el número 81 de la Avenida Callao, casi esquina con la calle Piedad (actualmente Bartolomé Mitre).
Fue el primer hijo de Juan Aín, un vasco francés conocido lechero en la zona, y Rosa Rataro, una inmigrante genovesa.
Desde pequeño, Casimiro mostró una inclinación natural hacia el baile, que aprendió al compás de los organitos callejeros manejados por italianos.
Durante su juventud, solía acompañar a su padre en el reparto de leche, de ahí sus apodos “El Lecherito” y “El Vasquito”.
Pronto, la facilidad de Casimiro para el baile y su pasión por el tango lo llevaron a integrarse, a los catorce años, a la compañía circense del célebre payaso Frank Brown.
En 1901, buscando nuevos horizontes, Casimiro se embarcó rumbo a Europa en un buque carguero.
Llegó a Inglaterra y luego a París, recorriendo también España.
Durante su estancia en el Viejo Mundo, trabajó en diversas ocupaciones para sobrevivir y, junto a dos amigos, comenzó a recorrer bares y cabarets, ganando notoriedad como bailarín de tango. Su habilidad y carisma lo convirtieron en el primer bailarín argentino en dar a conocer la danza porteña a nivel internacional.
En 1904, Casimiro regresó a Buenos Aires, actuando junto a su esposa Martina en el Teatro Ópera. Durante los festejos del Centenario de la Independencia Argentina en 1910, su desempeño fue un éxito rotundo, consolidándose como profesional de la danza.
En 1913, con el financiamiento de Ramón Alberto Lopez Buchardo, un joven de familia adinerada que fue uno de los introductores del Tango en París, autor de tangos como “Germaine” y “Entre dos fuegos”, viajó a Francia con su compañera Jazmín y con la orquesta típica de Vicente Loduca, Eduardo Monelos y Celestino Ferrer, formando el grupo “La Murga Argentina”, actuando en el Cabaret Princesse.
En noviembre de 1913 viajó a Nueva York. Una semana después de su llegada, Aín y su orquesta típica debutaron en un “Tango té” al que se asistía solo por invitación en el Hotel Vanderbilt , organizado por la Sra. E. Roscoe Matthews, a quien algunas publicaciones atribuyen haber llevado a Aín a Nueva York.
El Vasco realizó varios bailes de exhibición y luego ofreció a los participantes instrucción en el “auténtico” tango argentino. “Todos los que bailaron con el Sr. Aín declararon después que era absolutamente maravilloso”, declaró un observador.
Además de sus funciones como profesor, Aín pronto consiguió trabajo como bailarín de exhibición. A veces se presentaba como Casimiro Aín, otras como “Casimir Aín”, e incluso como “Profesor Argentino”, auto-proclamándose “inventor del tango”, una evidente exageración, pero menos que otros aspirantes al título.
Aunque se destacaba la autenticidad de la experiencia, también se insistía en la decencia. Tanto los parisinos como los neoyorquinos deseaban un tango lo suficientemente auténtico para ser exótico, pero no tan sensual como para resultar escandaloso. La versión que Aín interpretaba reflejaba esta paradoja; era descrita como “auténtica” y al mismo tiempo “tan majestuosa y formal como el antiguo minuet”.
Los manuales de instrucción de tango, que proliferaron en Nueva York en 1914, hablaban de un “tango nuevo” depurado de elementos desagradables y de sus indudables orígenes afroamericanos, haciéndolo apto para la clientela americana y europea. Aquí podemos ver que la idea de “tango nuevo” no es nueva, y que se origina en gran parte no en una supuesta “evolución” del tango sino en necesidades relativas al marketing. Al igual que para los profesionales de hoy en día, la prioridad de Casimiro era un baile que fuera fácil de enseñar, atractivo para ver, y fundamentalmente rentable.
En 1920, Casimiro Aín regresa a París con Jazmín para ganar el Campeonato Mundial de Danzas Modernas, el 16 de junio, compitiendo con 150 parejas en el Teatro Marigny.
En ese preciso momento, los bandoneonista Manuel Pizarro y “El Tano” Genaro Expósito estaban formando una orquesta para actuar en el Princesse. Pizarro le ofrece al Vasco sumarse al proyecto, pero está muy ocupado con clases privadas.
Su fama continuó creciendo, y más tarde recorrió Europa y Egipto con la alemana Edith Peggy, con quien podemos verlo bailar en la película alemana “Abwege”.
En 1926 baila en Nueva York, en el Club Mirador, con la orquesta de Francisco Canaro.
En 1930, regresó definitivamente a Argentina, donde continuó actuando y enseñando baile durante algunos años más. De esta etapa podemos destacar su actuación en el espectáculo de 1936 “La evolución del Tango”, dirigido por Francisco De Caro en el Teatro Ópera de Buenos Aires.
Una leyenda no confirmada, pero relatada por el propio Aín, cuenta que el 1 de febrero de 1924, bailó el tango “Ave María” de Francisco Canaro ante el Papa Pío XI en el Vaticano, acompañado por la bibliotecaria de la embajada argentina, una señorita de apellido Scotto. Sin embargo, investigaciones posteriores no encontraron pruebas de este evento en los archivos del Vaticano.
Durante su carrera, Casimiro Aín fue descrito como un hombre simpático, audaz, bohemio y persistente. Enseñó a bailar a numerosas personas y ganó una considerable fortuna gracias a su talento y dedicación. Falleció el 17 de octubre de 1940, tras sufrir la amputación de una pierna debido a una gangrena.
Casimiro Aín dejó un legado imborrable en el mundo del tango, siendo uno de los pioneros en llevar esta danza a la escena internacional y contribuir significativamente a su popularización en Europa y América. Su vida y obra siguen siendo recordadas y celebradas por los amantes del tango en todo el mundo.
Rodolfo Valentino: El Icono del Tango y la Edad de Oro de Hollywood
El 18 de octubre de 1920 se reabre el cabaret Princess bajo el financiamiento del empresario Elio Volterra y la dirección de Manuel Pizarro.
A la inauguración asiste toda la comunidad argentina residente en París, gracias a la publicidad que Volterra hizo en los diarios parisinos, y personalidades como Mistinguett, la vedette, actriz y cantante francesa que llego en su momento a ser la artista femenina mejor pagada del mundo, a su lado el boxeador, actor y héroe de la Primera Guerra Mundial, Georges Carpentier, y Maurice Chevalier, figura emblemática de la cultura francesa.
La segunda noche, cuenta Celestino Ferrer “veo que en una de las mesas está sentado un joven al que le veo cara conocida. Es el actor Rodolfo Valentino. Yo lo había conocido en Nueva York en 1915 como Rodolfo Guglielmi, un chico italiano que trabajaba de albañil y con el que compartía un cuarto de tres camas marineras en una casa particular.”
Rodolfo Valentino, nacido Rodolfo Pietro Filiberto Raffaello Guglielmi el 6 de mayo de 1895 en Castellaneta, Italia, fue un legendario actor del cine mudo y una figura icónica de los años 20. Su incursión en el mundo del baile comenzó cuando emigró a los Estados Unidos en 1913.
En París, es posible que Valentino haya visto a Casimiro Aín y su compañera de baile, Jasmine, actuando en el cabaret Princesse. Es plausible que incluso haya conocido a Aín, ya que muchos argentinos compartían su herencia y lengua italianas, lo que hacía posibles esos encuentros.
La historia popular atribuye el éxodo de argentinos de París a Nueva York a la llegada de la Primera Guerra Mundial, un cataclismo que, como se describe en “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” de Vicente Blasco Ibáñez, detuvo la fiebre del tango francés. Sin embargo, las partidas ya habían comenzado antes de la guerra debido a un exceso de expatriados argentinos en París. Se rumoraba que el tango estaba a punto de triunfar en Nueva York. Aín y su compañía fueron de los primeros en cruzar el océano, llegando el 15 de noviembre de 1913.
En Nueva York, Valentino se hizo rápidamente un nombre como bailarín talentoso y carismático. Es muy probable que Valentino y Aín se encontraran a menudo en Nueva York, ya que frecuentaban los mismos lugares y tenían muchos amigos en común. Según Celestino Ferrer, Aín y su orquesta se alojaban en el mismo lugar que Valentino, aunque Aín recuerda que Valentino solo los visitaba a menudo.
En 1917 viaja desde New York hasta la costa oeste de Estados Unidos trabajando en varias producciones teatrales itinerantes, hasta que, convencido de debía convertirse en actor de cine, llega a Hollywood, donde trabaja inicialmente como bailarín e instructor de baile social, adquiriendo una clientela femenina mayor de edad a quienes pedía prestado sus coches de lujo. Una vez asegurada su subsistencia de este modo, comenzó a buscar activamente papeles en la pantalla.
Su papel en la película de 1921 “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” mostró sus talentos de baile a una audiencia más amplia.
En una escena memorable, Valentino interpretó el tango con tanta gracia y fervor que desató una fiebre por el tango en todo Estados Unidos y consolidó su estatus como ícono del baile.
En 1922, Valentino declaró una “huelga individual” contra el estudio que lo contrataba en ese momento, Famous Players, debido a desacuerdos financieros. Durante ese tiempo, conoció a George Ullman, quien pronto se convirtió en su manager. Ullman, con experiencia en Mineralava Beauty Clay Company, convenció a la empresa de que Valentino, con su vasto grupo de admiradoras, sería un portavoz ideal, lo que hoy en día se conoce como “influencer”.
El 25 de enero de 1923, los periódicos de Nueva York anunciaron que Valentino y su esposa, Natacha Rambova, realizarían una gira de exhibición de baile por Estados Unidos y Canadá, cubriendo 88 ciudades. Viajando en un lujoso vagón Pullman, actuaron en numerosos lugares, aunque algunas audiencias sintieron que los espectáculos eran demasiado breves. Valentino también fue juez en los concursos de belleza patrocinados por Mineralava, uno de los cuales fue filmado y titulado “Rudolph Valentino and his 88 Beauties”.
La dedicación al baile de Valentino iba más allá de la pantalla. Se le conocía por practicar rigurosamente, refinando constantemente su técnica y ampliando su repertorio. Su influencia en la cultura del baile durante los años 20 fue profunda, ya que inspiró a mucha gente a aprender a bailar tango y bailes de salón.
Trágicamente, la vida de Valentino se vio truncada cuando murió a los 31 años en 1926. Sin embargo, su legado como bailarín perdura, recordado por su contribución a popularizar el tango y por la pasión que aportó a sus actuaciones. Rodolfo Valentino sigue siendo un símbolo de la Edad de Oro de Hollywood, una era donde el baile y el cine se entrelazaban perfectamente gracias a su extraordinario talento.
Esa noche de 1920 en el cabaret Princesse, Manuel Pizarro también lo conoce y lo enfoca con un faro. Se le acerca y le pide que baile un tango, a lo cual accede, bailando “El Choclo” con una bellísima compañera
Técnicamente no es muy bueno desde la perspectiva de un argentino, pero es elegante y gusta mucho al público. Pizarro queda asombrado por semejante entusiasmo del público frente a una pareja de baile y hace un último intento por convencer al Vasco, pero este está muy ocupado con sus lecciones privadas.
El Cachafaz Llega a París: Triunfo y Nostalgia
Dado que El Vasco Aín no podía sumarse al espectáculo de Manuel Pizarro, este decide traer a París al Cachafaz.
Es diciembre de 1920 y el Cabaret Princesse, que había sido adquirido por el empresario argentino Elio Volterra, cambia su nombre a “El Garrón”, expresión de la jerga lunfarda de los prostíbulos que se refiere a un favor que una mujer le hace gratuitamente a un cliente simpático de quien posiblemente se había enamorado, nombre propuesto por Vicente Madero, otro de los “Niños bien” (jóvenes provenientes de familias adineradas) que promocionaban el Tango en París. Otra versión dice que fue por una ocurrencia de Celestino Ferrer que el cabaret cambió de nombre, al decir que ‘Volterra cree que cuando se le llene el cabaret de argentinos se va a salvar de esos franceses “garroneros” –significando avaros, mezquinos, que no gastan dinero– que son como la peste’. Al conocer el empresario el significado de aquella palabra, el Princesse se transformó en “El Garrón”. “El Garrón” congregaba a la comunidad de argentinos de familias adineradas que residían en París, y desde su bautismo, todas las noches a las 5 de la mañana, los mozos servían puchero a la criolla, un plato típico argentino.
Por esas noches de diciembre de 1920 llega El Cachafaz a bailar por primera vez al Garrón. Manuel Pizarro lo presenta junto a su compañera Emma Bóveda. Muchos argentinos de la concurrencia ya lo habían visto en Buenos Aires, pero para lo franceses era algo nuevo. En París no se había visto nunca un baile de tango así, con un bailarín que no sonreía, que parecía hosco, de torsiones exageradas y detenimientos imprevisibles, que sin embargo acariciaba el suelo con delicadeza y elegancia, que hacía firuletes tras firuletes, dando lugar a figuras complejas que dejaban sin aliento al público.
Al día siguiente llegan los primeros pedidos de clases, pero el Cachafaz no quería dar clases, ya que para él este viaje había sido programado para hacer presentaciones solamente. La gente insistía mucho y los pedidos se multiplicaban día a día, hasta que el Cachafaz finalmente accede. Tenía tantas clases privadas que no daba a basto, así que decide hacer una clase grupal en El Garrón todas las noches antes de que abriera el show. Ganaba mucho dinero, pero se lo gastaba todo y no se sentía bien en París. No lograba una buena relación con los franceses, ni con los argentinos residentes en París. Al cabo de un mes regresó a Buenos Aires con las manos vacías.
De Regreso en Buenos Aires: El Cachafaz y su Academia de Tango
Durante la década del 20 El Cachafaz trabajaba para un grupo de aristócratas que lo contratan con un sueldo extraordinario para dar lecciones privadas a los miembros de un club exclusivo ocho horas por día, aunque él prefería dar lecciones privadas a domicilio, modalidad que utilizaría en su momento el Vasco Aín.
Al cabo de varios años de esta experiencia, El Cachafaz abre una academia propia en 1930, en la calle Lavalle, entre Rodriguez Peña y Callao. Allí contará con la asistencia de Carmencita Calderón para sus lecciones.
El Cachafaz en el Cine: Del Mudo al Sonido
Ovidio José Bianquet aparece en 14 películas. La primera es de 1916, “Resaca”, cuando el cine era mudo, donde por primera vez gran parte del público conoce a El Cachafaz.
En 1933 aparece bailando “El entrerriano”, tocado nada menos que por Ernesto Ponzio y Juan Carlos Bazán, junto a Carmencita Calderón en “Tango”, la primera película con sonido de la historia del cine argentino.
En 1941 participa en el espectáculo teatral de Francisco Canaro e Ivo Pelay “La historia del tango”, estrenado en Buenos Aires en el Teatro Nacional, con gran éxito.
¿Cómo Era El Cachafaz? El Hombre Detrás de la Leyenda del Tango
Sin temor a exagerar, se puede afirmar que “El Cachafaz” fue el bailarín de tango más destacado y completo de su época. Nunca tuvo un maestro de baile; su intuición fue su mejor guía para desarrollar su estilo. Era impecable en su porte, elegante y preciso en sus movimientos, y tenía la mejor musicalidad. Su talento fue fundamental para la difusión del tango en el mundo, y para el crecimiento del tango en Argentina. Era tan popular entre los aristócratas como en los barrios pobres, y tenía amigos de todo tipo, millonarios, criminales, policías, políticos, gente del espectáculo, e intelectuales.
Su carácter era complejo. Era desprendido. No le interesaba el dinero y gastaba todo lo que ganaba. Ganaba muchísimo dinero, pero a menudo no tenía un peso. Le gustaban sobremanera los placeres efímeros: hoteles caros, buenos restaurantes, ropa, champagne, y regalos caros a sus mujeres (no así a sus compañeras de baile).
¿Tendría esto alguna relación con el entrenamiento de un bailarín milonguero para quien el momento presente es siempre el momento crucial, donde uno se juega la vida entera, como en un duelo a muerte, ese de los compadritos Borgianos, como Jacinto Chiclana? Quizá en el baile del tango todavía se encuentra el espíritu de esos compadritos, herederos del gaucho, que a su vez era heredero del caballero medieval, y este espíritu revive en nosotros al bailar el tango como cuando al leer un autor el espíritu de ese autor dialoga con nosotros y nos transforma. Su vida desordenada contrastaba con la precisión de sus movimientos en el baile, sus hábitos licenciosos con la disciplina casi militar en su profesión.
Cuando estaba en Buenos Aires iba cotidianamente al Café El Estaño de calle Corrientes, donde tenía una mesa fija, se encontraba con sus amigos y tenía sus entrevistas de negocios. Lo llamaba su “oficina”.
Era muy serio. Carmencita Calderón cuenta que su risa era apenas un soplido. Podía ser muy irascible, pero también muy tierno.
Dos años antes de su muerte, cuando tenía 55 años, se casó con una sobrina de 18, Edelmira Bianquet, hija de una de sus hermanas. Tuvo una hija con otra mujer, a quien adoraba pero nunca reconoció oficialmente.
Carmencita Calderón: La Compañera de El Cachafaz y su Pasión por el Tango
Será la compañera de baile de El Cachafaz desde 1933 hasta la muerte de este, el 7 de febrero de 1942. Nació el 10 febrero de 1905, y vivió más de 100 años, hasta el 31 octubre del 2005.
Era maestra de escuela, pero el baile la apasionaba desde su infancia. Aprendió a bailar tango en los bailes que su hermano organizaba en el patio de la casa familiar los domingos por la tarde, en el barrio de Villa Urquiza. Sus padres eran apasionados del tango, y al verla bailar le hacían correcciones, sobre todo acerca de la postura.
Por las noches, en el patio ya vacío, practicaba sola, imaginándose adornos para los pasos que había seguido durante la tarde, y utilizaba una silla para perfeccionar sus giros.
No concebía la idea de ser una bailarina profesional, algo que sus padres nunca aceptarían, pero le enseñaba a bailar a sus hermanas menores, a sus amigas, y luego a las amigas de sus amigas.
Su madre murió joven, así que ella se encontró al cuidado de sus hermanas menores, a quienes llegado el momento empezó a acompañar a los bailes en el Club Sin Rumbo, a corta distancia de su casa.
No iba para bailar. La costumbre de la época exigía que las chicas jóvenes asistieran a los bailes con sus madres o algún familiar. Imprevistamente, un día, con mucha insistencia, la saca a bailar uno de los bailarines más famosos de Buenos Aires, Giuseppe Giambuzzi, apodado El Tarila.
El Tarila: Un Protagonista del Tango
Nacido en Italia en 1889, a los 6 años llegó con sus padres a Buenos Aires, escapando de los frecuentes terremotos que afectaban su pueblo natal. Tenía ojos celestes y una nariz prominente.
Alrededor de 1910 trabajaba limpiando el salón donde daban clase los bailarines Gallito, Nando y Romolo. Miraba las clases y copiaba los movimientos practicando con dos palos de escoba, y luego los maestros le hacían correcciones.
Poco a poco se fue apasionando por el baile, bailando con sobrero de noche en las veredas con otros hombres, y con el correr de los años se convirtió en un protagonista del tango.
Fue director de una importante academia de baile popular, cuyo dueño era Domingo Santa Cruz, autor del tango “Unión Cívica”, y donde se pagaba 10 centavos por pieza para bailar con alguna de las 35 bailarinas empleadas en el salón. Conoce a El Cachafaz en 1915 y se hacen amigos.
De profesión albañil, un trabajo que nunca dejó ni en sus momentos de mayor éxito, fue el bailarín más famoso después de Casimiro Aín y El Cachafaz. Aunque su apariencia no era llamativa, su técnica y habilidades lo distinguían, demostrando una destreza excepcional.
Cuando baila con Carmencita Calderón en el Club Sin Rumbo, le propone ser la compañera de baile de los dos, que en ese momento estaban sin compañeras.
Carmencita y El Cachafaz: La Pareja Legendaria del Tango
Carmencita Calderón no hubiera aceptado bailar con El Tarila, pero sí quería bailar con El Cachafaz, y aunque lo deseara sobremanera, también tenía mucho miedo. Su vida cambió completamente. De maestra de escuela y enfermera voluntaria, se convirtió en la compañera de baile del mejor bailarín de tango del momento.
Debutaron con la orquesta de Pedro Maffia en el Teatro de San Fernando, en 1933.
La llegada de Carmencita aumentó la rivalidad entre los dos bailarines, que pronto disolvieron su asociación, y Carmencita bailó de ahí en más principalmente con El Cachafaz.
Sobre su estilo, ella nos dice lo siguiente, en un reportaje realizado por Patricia Ramirez y Alberto García en 1995.
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Alberto García: ¿Cómo era el estilo de baile de esa época?
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Carmencita Calderón: ¡Era tango! Porque ahora no bailan tango. Es ficticio lo que hacen… si en mi tiempo yo bailaba como están bailando hoy con el tajo al costado, mostrando las piernas, el público, en el teatro, saltaba al escenario, me robaban y me mandaban al lugar donde tenía que estar. Los lugares de diversión para los hombres, ¿no? Bueno, eso. ¡No! Se trabaja, tienen que trabajar de la cadera para abajo del cuerpo, y listo. Yo bailo, porque la mujer tiene la obligación de adornar. Entonces yo adorno, es cosa mía, lo adorno, y eso es lo que tiene que hacer la mujer. En cambio, ahora ellas son las que mueven las piernas ¡El hombre tiene que mover las piernas y hacer los cortes! Porque hay dos tangos solamente, el tango de salón y el tango con cortes, que muchos lo llaman orillero o canyengue, que es lo siguiente. Yo bailé con los dos más grandes bailarines, Don Benito y Tarila. Tarila era el tano, más bajo que El Cachafaz. Ahora, los tanos son compadritos. Hay una versión de la historia del tango que dice que cuando empezó el tango a bailarse, bailaban los hijos de tanos, los compadritos. Y entonces se agachaban. El Cachafaz no. El Cachafaz se movía de la cadera para abajo del cuerpo, y listo. El cuerpo derecho. Y hacía esos cortes, esos cortes medidos, justo, justo, era algo hermoso. Yo, pispireta, qué sé yo, movía mis patitas adornándolo. Yo adorno. Y eso es lo que tiene que hacer la mujer. En cambio, hoy, la mujer lo único que hace, es levantar la pierna. Yo soy la creadora del tajo. Pero no el tajo que se usa acá, hasta arriba.
Originado en la escuela popular, en los salones y clubes de barrio, su lenguaje corporal era inimitable, lleno de sentimiento y una extraña simplicidad que no se enseña en academias.
No fue la mujer ni la amante del mítico Cachafaz, quien siempre la trató de usted. ¡Nunca ensayó una coreografía! Siempre supo que dejarse llevar por un hombre en la pista o el escenario no era someterse o subordinarse al macho, sino aceptar su guía para poder bailar. Y así, en trance, escuchando la música, ignorando a veces el jactancioso comportamiento de algunos hombres, improvisaba con ellos figuras y movimientos complejos que despertaban admiración.
Carmencita transmitía ese tango que se silbaba y tarareaba por las calles y que su madre cantaba mientras lavaba la ropa. Ese tango que se caminaba por las pistas porteñas sin movimientos espectaculares, pero con un abrazo único e intransferible, deslizando la suela por el suelo.
Bailó con el Cachafaz hasta la última presentación juntos, que fue en 1942 en Mar del Plata. Después de bailar “Don Juan”, en los camarines, El Cachafaz —de casi 57 años—, caería fulminado de un síncope cardíaco.
Conclusión: Los Pioneros del Tango y su Legado en la Danza
Este artículo ha intentado explorar la vida y legado de El Cachafaz y otros bailarines icónicos de principios del siglo XX, destacando su influencia en el tango. Desde sus orígenes humildes en Buenos Aires hasta su consagración en escenarios internacionales, El Cachafaz, conocido por su estilo único y elegante, marcó una era en el tango. Pedrín, Bernabé Simarra, Casimiro Aín y Carmencita Calderón, cada uno con su propia historia y contribuciones, enriquecieron y transformaron el tango, llevándolo más allá de las fronteras argentinas. La llegada de El Cachafaz a París, su regreso triunfal a Buenos Aires, y su incursión en el cine, junto con las memorias de sus contemporáneos, nos permiten comprender mejor nuestra identidad como bailarines y amantes del tango. Hubo otros bailarines, pero estos pueden contarse como los más representativos.
Referencias:
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