Se destacó netamente en la gran orquesta de Pedro Laurenz como pianista y arreglador, imprimiéndole al conjunto una sangre milonguera maravillosa.
Desde 1936 hasta el 45 estuvo incluso como orquestador y su mano se nota en el arrastre de la orquesta, el punto alto de los arreglos y los solos que empinan a esa orquesta que lamentablemente grabó muy poco pese a la impresionante calidad que mantuvo en sus años felices.
Luego se fue con Alberto Podestá dirigiendo el acompañamiento de éste como solista y por fin le surgió una gran oferta para trasladarse a París.
Allí estaría al frente de una orquesta prestigiosa que grabó numerosos temas y viajará con ella por casi toda Europa, realizando también los arreglos de la misma, a costa de desaparecer del mapa tanguero de Buenos Aires, pese a sus grandes virtudes.